Retorno a clases: metas y esperanzas

Por Juan Edgardo Arévalo. Teólogo y Educador. Delegado de la Fundación Trilema en Perú

¡Regresamos a clases! ¡De vuelta al cole!  Estas frases cobran un matiz diferente este 2023 para más de 8 millones de niños, sus familias, y para medio millón de docentes que laboran en las escuelas, según datos del INEI. Un reinicio que quizá se parezca un poco a los inicios de marzo del 2020, pero que definitivamente no es el mismo; ya que la pandemia ha dejado profundas huellas en las vidas de cada uno. Este “de vuelta al cole” es radicalmente distinto y por lo mismo nos debe desafiar a todos a sumar esfuerzos en vista de objetivos comunes para afrontar el presente y construir el futuro. Intentaré delinear brevemente algunas metas que creo nos urgen como sociedad:  

Fortalecer el desarrollo de las habilidades: en el 2022, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó un informe titulado El poder del currículo para transformar la educación. Allí se mencionan las habilidades necesarias para este siglo. Entre las ya clásicas cognitivas (lectoescritura, matemática y digitales), figuran también las de funciones ejecutivas (memoria, metacognición, autorregulación) y las socioemocionales (flexibilidad, empatía, tolerancia, entre otras). En Perú, la pandemia ha dejado aproximadamente 100 mil niños en situación de orfandad, según la revista The Lancet. Los niveles de ansiedad y miedo se han incrementado y a esto se suma un contexto social complejo. Por ello, las habilidades ejecutivas y socioemocionales deben ser prioridad en las decisiones políticas de las autoridades, y los gestores de las escuelas deben comprometerse a implementar proyectos educativos que atiendan la recuperación y la consolidación de destrezas.

Superar las brechas de desigualdad: la pobreza está vinculada con la desigualdad por diversas causas: ingresos, ámbito geográfico, género, etnia, edad, etc., lo cual desemboca en la falta de acceso a servicios básicos como una educación de calidad, esto afecta con mayor gravedad a niños y niñas en condiciones desfavorables. La pandemia generó discontinuidad de estudios o el acceso por vía remota durante dos años, así como la deserción de las aulas y la posible exposición a la violencia. Todo esto ha marcado un decaimiento en el crecimiento económico del país, pero más aún en las habilidades socioemocionales de nuestros niños y niñas. ¿Cómo pensarnos como sociedad democrática cuando esta brecha trae como consecuencia mayores desigualdades? Políticas de inclusión y descentralización con honestidad y eficiencia, así como el rol de las autoridades locales, serán fundamentales en este aspecto.

Consolidar el desarrollo profesional docente: diversos estudios confirman la importancia del factor docente en las transformaciones educativas y en especial desde la creación de redes para el trabajo colaborativo. La coprogramación, el acompañamiento a lo largo de la carrera y la formación de comunidades de aprendizaje con herramientas de coaching, portafolios profesionales para la autoevaluación y evaluación para la mejora continua son factores claves para la mejora educativa, las cuales deben ser optimizados desde la gestión pública y privada.

Promover la creatividad, la innovación y el pensamiento crítico: los cambios acelerados de un contexto social volátil, incierto, complejo y ambiguo exigen asumir propuestas transformadoras en la escuela a un ritmo semejante al que experimenta la sociedad, buscando alternativas de mejora sostenible a desafíos locales y globales.  Es urgente generar acciones educativas que desarrollen competencias para la vida, el mundo laboral, la toma de decisiones, para la salud física y emocional, para el bienestar integral de niños felices y saludables; trabajar para que lo aprendido en la escuela desafíe la curiosidad, ayude a resolver con creatividad problemas del barrio o el distrito con un pensamiento crítico frente a cualquier tipo de ideologización o manipulación.

Apostar por un trabajo conjunto escuela – familia – comunidad: tomando en cuenta el rol de las familias como educadoras y la comunidad como el contexto inmediato de desarrollo de los niños y adolescentes, la necesidad de hacer alianzas, mesas de trabajo con autoridades locales y la implementación de proyectos educativos que hagan posible que la escuela sea factor de desarrollo local y entidad propulsora de valores como la solidaridad, la empatía y el cuidado ecológico. Además de un trabajo articulado, se requiere un horizonte común a nivel de las regiones y hacer efectivo en los currículos regionales las acciones para esta alianza tripartita.

Implementar un pacto ético sobre valores comunes: las últimas semanas han sido evidencia lamentable de lo lejos que nos sentimos unos de otros como país. La polarización y la indiferencia nos han traído consecuencias trágicas que no podemos pasar por alto, previo al inicio de clases. ¿Cómo hablar a los estudiantes de valores, sociedad y respeto si alrededor no somos capaces de escucharnos y ponernos de acuerdo? Aquí tenemos una deuda pendiente por trabajar desde la escuela por un pacto ético que lleve a todos y todas a integrarnos en un mismo tejido social que se trasluzca en el ejercicio de un liderazgo transformacional, fortalecimiento de lo institucional y participación de los agentes educativos.

Para afrontar estos objetivos es fundamental la capacidad de volver a la esperanza que nos alienta a buscar un bien mayor. Volver a clases es un acto de esperanza. De hecho, como dice el Papa Francisco: “La educación es siempre un acto de esperanza que, desde el presente, mira al futuro”. Entonces que el futuro comience en la puerta de una escuela, en un aula donde todos digamos ¡Presente!

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