A propósito del 8 de marzo: símbolo, memoria, imaginarios

Por Narda Henríquez. Profesora emérita de Ciencias Sociales – PUCP

Las mujeres de todas las latitudes enarbolan el 8 de marzo como un símbolo del camino recorrido, una memoria presente en la construcción del futuro. Luego de más de 100 años de las primeras conmemoraciones y casi 50 desde que la ONU oficializara la fecha, aún encontramos serios problemas como violencia y feminicidio, discriminación y racismo, adolescentes embarazadas y poblaciones menospreciadas.

Forman parte de esta memoria, las experiencias organizativas, de movilización y resistencia en el mundo, que recuerdan las luchas en demanda por la jornada de 8 horas, por el sufragio femenino y las marchas en épocas de guerra por “paz y pan”.

Las primeras generaciones de feministas hacen suyo el 8 de marzo y aportan a la visibilización de las condiciones de subordinación de las mujeres. Fueron procesos de autorreflexión que enriquecieron la política interpelando los poderes cotidianos, el machismo y el sexismo.  Los nuevos feminismos levantan la voz contra la colonialidad, la ideología patriarcal y los movimientos antiderechos; interpelan los poderes institucionalizados, las mentalidades dominantes. Impulsan también corrientes culturales y fuerzas simbólicas que recuperan la corporeidad y la sexualidad humanas, afirmando que las diferencias no deben conducir a desigualdades y que las mujeres tenemos derechos.

La lucha por la igualdad anida, entre nosotros, pioneras como Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru, cuyas palabras “por la patria, la igualdad y la liberad” antes de ser asesinada quedan registradas en la historia. O Flora Tristán que evidenció la opresión de las mujeres de la temprana República, en tanto que campesinas comuneras llegaban de pueblos lejanos como “mensajeras” para presentar sus denuncias ante el gobierno.

Recordamos a María Elena Moyano, dirigente de Villa El Salvador, negra y feminista asesinada por Sendero (SL) en 1992, que enfrentó las armas con la palabra. Desde muchos esfuerzos colectivos y voces anónimas de las vecinas del vaso de leche y comedores, jornaleras, artesanas, comuneras, dirigentes de ANFASEP, AMPAEF y AIDESEP, señoras de las ollas comunes, defensoras ambientales y mujeres afro crece el reclamo contra la discriminación, el trato denigrante, el desprecio por la vida y el racismo. Voces múltiples que cimentan solidaridades, a la vez que reclaman con urgencia la condición ciudadana.

Género, clase y raza están profundamente imbricados y permean las relaciones, el sentido común, los estereotipos, cobran formas institucionalizadas en los medios y los servicios públicos que los Estados a menudo toleran.

Este 8 de marzo en el Perú, en medio de las protestas de los últimos meses desencadenadas por la crisis social y política, debemos reiterar cuán urgente es este reclamo e insistir en la centralidad de la vida.

Este año, la ONU convoca a un “mundo digital con inclusión” para avanzar en la brecha digital de género y para contrarrestar la violencia en línea, azote de estos tiempos. Las nuevas generaciones de mujeres están alertas; conectividad y globalización, comunalidad e individualidad son elementos en sus imaginarios.  Las saludamos porque anudarán nuestras vidas de otros modos, con dignidad y justicia.

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