Los procesos políticos tienen fuertes consecuencias en las vidas de las personas, especialmente en aquellos sectores de la población donde la política incide como un factor que abre oportunidades diversas generando una evolución positiva de sus condiciones de vida. La crisis política que lleva varios años se manifiesta como una crisis institucional vinculada al Congreso y Ejecutivo y ligada a la falta de un sistema de partidos. Repetidas veces se cae en el entrampamiento de las fragmentadas fuerzas políticas, sin lograr acuerdos mínimos y legalmente sostenibles, que sirvan para destrabar el enfrentamiento. Aquí cada grupo busca destruir a su opositor y pretende ganar, sin contar con una apuesta mayor basada en las reglas de la democracia y/o colaborar a que diversas políticas públicas se potencien de cara a la sociedad. Dicho de otro modo, la crisis política nos confirma cómo las políticas públicas parecen haber pasado a un segundo o tercer plano para los actores políticos porque ellos están en sus propios juegos de poder institucional y/o personal.
Mientras tanto desde hace tiempo el aparato del Estado sigue en proceso de corrosión interior, predomina la ineficiencia, la falta de meritocracia se profundiza y los juegos orientados a la ganancia personal ilícita crecieron por todo lado. Al final el correlato es una constante precarización de las políticas públicas que decrecen en su alcance e impacto. Además de no atender a sectores que lo necesitan con urgencia, se profundiza el fuerte descreimiento existente en el Estado y las funciones que debe cumplir. Cierto es que eso no es algo nuevo, pero ha crecido mucho en los últimos años. Por eso, no podemos perder de vista que las crisis políticas no son sólo afectan a instancias como el Ejecutivo y el Congreso, que ya es bastante, sino a todo nivel sea sectorial, nacional, regional o local. Y eso trae consecuencias en las vidas de muchas personas y del conjunto de la sociedad que tiende a volverse más caótica.
Es visible que el comportamiento de las personas se ha vuelto muy errático mostrando un desapego al sistema democrático, aunque se diga lo contrario. Se conocen las reglas, pero no se las cumple. Por donde se mire, algo que antes se daba por sentado como norma de conducta, sea en los trámites, en el tráfico, en acuerdo logrados con instancias del Estado o en la sociedad y en el funcionamiento de los espacios públicos, etc. hoy es cuestionado, vulnerado o cambiado. Por donde lo veamos, sea como persona o grupo, estamos incentivados constantemente a hacer lo que nos parezca, y justificados en el argumento de “todos lo hacen” allí vamos… En definitiva, no pensemos que no somos parte de la crisis política y que no nos afecta. Ella no solo está en las alturas, sino en nuestra convivencia cotidiana, en una ciudadanía cada vez más descreída e individualista, donde hay que recordar que las actitudes racistas y denigrantes son muy comunes. Nadie se salva aquí…no busquemos determinar quienes son los buenos y quienes los malos, sino autoevaluarnos como parte de la sociedad y el tiempo crítico que vivimos.
Me pregunto y pregunto: ¿cómo podemos desde el caos actual y la falta de horizontes comunes mirar hacia delante? ¿Cómo podemos sostener que la opción de un futuro mejor, es todavía posible? En medio de todo lo que vivimos no podemos cansarnos y mirar a otro lado, o quedar paralizados, tampoco dejar de construir relaciones y acciones que nos sirvan para humanizar nuestra vida en sociedad. Nos toca identificar a ese otro que desde su humanidad nos interpele e invite actuar, creyendo que aún es posible cambiar aspectos de nuestra convivencia. Pero a la par, está claro que pese a todo el rechazo y desapego que sintamos por la política actual, no podemos olvidar que la necesitamos y debemos remontar esta fuerte crisis política. A la larga se trata de seguir intentando que el sistema democrático sea creíble y amable con los ciudadanos, dejándonos así poco a poco entrever un sentido de futuro común.