A propósito del juicio sumario que lleva el Congreso contra la Junta Nacional de Justicia, constatamos otra vez cómo en la escena institucional colisionan dos lógicas de comportamiento: entre quienes juegan a ganador, sin aceptar que las instituciones ponen límites al comportamiento individual o de grupo y, por otro lado, quienes salen a argumentar el respeto a las reglas de la democracia. Lo que cuenta en el Congreso es la fuerza de los votos, no de la razón, digo de la razón vinculada a la defensa de la democracia. Así, la dinámica que ocurre en las instituciones del Estado también se ve en la sociedad; por ello, en muchas instituciones o grupos en los que participamos constatamos un deterioro que muchas veces obedece a la imposición de lógicas personales o de grupos, y no al sentido y reglas de la organización.
La dinámica que denunciamos en el funcionamiento de las instituciones políticas incluye a la sociedad; al contrario de discursos que contraponen a “las malas elites políticas” con “los buenos ciudadanos.” La razonabilidad democrática, sea pro instituciones, derechos o defensa de las personas, hace rato viene siendo puesta en entredicho en la sociedad y en el Estado, al punto que se empujaron los límites inaceptables, con las muertes ocurridas en las manifestaciones de inicio de año, que hasta hoy no han sido debidamente investigadas. Pero tampoco la reacción ciudadana por esas muertes ha sido tan fuerte en el país. No podemos negar que el sentido común no está respondiendo activamente ante esos hechos, quizá por diferentes motivos. Me pregunto: ¿si esas muertes les pesan? o ¿quizá se sienten impotentes, su voz o acción no servirá de mucho? o ¿están muy ocupados atendiendo sus propias vidas y la de los suyos? O ¿temen meterse en problemas?
El decaimiento democrático que vivimos ocurre en la sociedad cuando no sentimos nuestro lo que a otros les pasa, cuando el sentido común de convivir en sociedad se debilita. Por eso no sorprende que repetir “argumentos correctos” en favor de la democracia o de los derechos, no reditúa seguidores o audiencias. Pareciera que no va por allí el sentido común mayoritario, esto es, si no logra ver la ganancia concreta que le ofrece la democracia o su defensa, pues al parecer, no la defenderá.
En este panorama también se comprende mejor el achicamiento de las diversas organizaciones sociales cuya vida implica darles de nuestro tiempo y esfuerzo personal que al final termina por competir con las ganancias que obtenemos de ellas.
Estas constataciones deberían llevarnos a preguntarnos: ¿Qué ha cambiado en nosotros y en nuestras relaciones con los demás? ¿Qué mantenemos en común entre peruanos distintos? ¿Para qué pensamos que nos sirve la democracia? Esas preguntas no pueden ser respondidas en abstracto o bajo los discursos “correctos”. Si todos compartimos este decaimiento democrático, aceptemos que nos está afectando en el día a día de la vida social, dejemos esa actitud de superioridad de sentirnos democráticos porque eso solo nos distancia del resto.
Como en todos los tiempos, no sirve creer que uno está en el lado “correcto de la historia”, sino demostrarlo. Lo que está fuertemente cuestionada es nuestra capacidad de conectarnos con distintos personas o grupos desde sus preocupaciones cotidianas, sin juzgarlos por lo que piensan. Está a prueba nuestra capacidad de escucha.
Podemos contar con las mejores palabras del Papa Francisco, pero si nuestras actitudes no son de escucha, pues de poco va a servir. No se trata de repetir discursos “correctos” y con eso sentirnos los mejores…Toca poner a prueba nuestra condición humana de escucha y diálogo, incluso con aquello que no nos gusta y ver qué lazos podemos tejer en aras de ir construir una convivencia democrática.