[ARTÍCULO]
Vacunagate. Ceguera social e insensibilidad
por José Luis Franco, integrante del equipo de Teología del IBC
«Es una luz de esperanza». Con esta frase se expresó el arzobispo de Lima, Mons. Carlos Castillo ante la llegada del primer lote de vacunas el pasado 7 de febrero, un entusiasmo compartido por casi todos los peruanos al saber que poco a poco se va abriendo la posibilidad de vencer una pandemia que, hasta la fecha, se ha cobrado la vida de 46.094 compatriotas según el último reporte del MINSA. Lamentablemente, esa alegría se ha visto empañada por el mal uso de uno de los lotes de vacunas destinado al equipo de la Universidad Cayetano Heredia, a cargo del estudio clínico de Sinopharm. En otras palabras, un acto de traición por parte de quienes, valiéndose de su cargo y sus nexos, se han privilegiado con una inmunización destinada a quienes realmente la necesitan, esto es, los más vulnerables entre los que se encuentra el personal médico de primera línea. Este hecho bautizado como “vacunagate”, y que la Conferencia Episcopal Peruana ha definido como “un nuevo rostro del monstruo de la corrupción y de la crisis ética y de valores que impide la auténtica realización de la justicia”.
¿Cómo entender estos hechos que resquebrajan la confianza entre peruanos? ¿Qué respuesta brindar como cristianos y ciudadanos? Preguntas que trataré de responder desde una mirada de fe y de compromiso con los otros.
Vivimos en un tiempo de quiebre como humanidad. La pandemia saca lo mejor y peor de nosotros y nos muestra dos caminos: afianzar el individualismo del “solo me salvo yo”, o mirar hacia un nosotros, “me cuido y te cuido”. Quienes se beneficiaron de ese lote de vacunas, optaron por el primer camino, opción egoísta y moralmente deplorable por parte de funcionarios en quienes hemos depositado nuestra confianza.
Frente a ello compete la indignación, como una primera reacción, para luego exigir la sanción que corresponde y estar vigilantes ante posibles actos similares en el futuro. Empero, debemos vislumbrar también esta triste coyuntura como una oportunidad para acabar con viejas prácticas interiorizadas y que continúan dañándonos en nuestra casi bicentenaria república: el clientelaje y el padrinazgo, rezagos de una sociedad de súbditos que aún se resisten a desaparecer.
El gobierno tiene en adelante el papel crucial de recuperar la confianza en la población, lo cual solo se logrará con la debida sanción a todos los implicados y, posteriormente, seguir trabajando para que los contratos con los laboratorios se cumplan y se faciliten las vacunas en los plazos definidos y lleguen a los grupos vulnerables considerados en cada fase. Frente a ello, la fe refuerza nuestra esperanza, pero también debe alimentar nuestro sentido crítico y de rechazo a todo acto de corrupción y de injusticia, lo cual constituirá nuestra reserva para reconstruir los lazos quebrados y poder enfocarnos en un único objetivo: derrotar a la pandemia sin dejar aislados a los más vulnerables.