Hace unos días, unas palabras en el diario me conmueven profundamente: “No sé qué día es hoy. No sé nada del mundo. No tengo ningún número, no tengo internet, no tengo teléfono. No tengo nada”, dice a La República (23/4/23) Gilbert, venezolano que se dedicaba a limpiar parabrisas porque no encontró otro trabajo; es una expresión de pobreza tan extrema que ha perdido incluso sus lazos con su país natal, sin encontrar acogida en el Perú, país al que migró esperando una vida mejor. A este joven, además, alcaldes de Lima le niegan incluso el recurso al más humilde trabajo: limpiaparabrisas callejero; además, lo etiquetan como delincuente. Realmente existe la aporofobia, odio al pobre según Adela Cortina. No queremos verlos, no queremos escucharlos, queremos que desaparezcan antes de tener que cambiar el sistema social y económico que los produce en cada vez mayores cantidades.
En efecto, no los comunistas sino el Banco Mundial, señala que los pobres en el Perú han aumentado en 1 millón 400 mil en 2022. Hay 10 millones de pobres. Un tercio de la población. Y parece que a nadie le importa. Los responsables del país están en otra, o tratando de sobrevivir en el cargo, o de responder a sus intereses más mezquinos: deshacer lo avanzado en reformas, institucionalidad, orden: universidades bamba que se echan abajo a la SUNEDU, mafias de todo tipo que han tomado posesión del Estado y lo usan para sus negocios, pero no para responder a las necesidades de la población. En el norte la gente sigue con el agua al cuello, y no parece importarle de verdad a nadie en este Estado. En el sur la gente sigue contando sus muertos, y trata de cuidar a sus heridos que arrastrarán secuelas de por vida, porque la respuesta del gobierno fue la represión más feroz.
Sin embargo, en medio de esta realidad desastrosa y terrible, la profesora de Música Lydia Hung ha sido repuesta en su trabajo de organizar la Universidad Nacional de Música en base al antiguo Conservatorio; había sido destituida por el inefable exministro de educación para nombrar a un químico que le aseguraba un voto más de rectores de universidades nacionales en la pugna por los despojos de la SUNEDU. No es que el exministro se diera cuenta de que era un sinsentido lo que había hecho. No, fue la protesta pública de alumnos y profesores de la institución que presionaron con plantones hasta que el nuevo rector resignó y fue repuesta la despedida. Una muestra de que con organización y solidaridad se pueden conseguir cosas que parecían imposibles. Esto nos llama a organizarnos y luchar contra los grandes males: pobreza, aporofobia, corrupción, xenofobia, destrucción de las instituciones, en todas las maneras posibles; si sólo se puede en lo pequeño, pues allí hay que empezar.
La situación del país nos tienta al desánimo; pero hay que saber ver los signos de esperanza, de vida, que también existen. Verlos no significa no ver los signos de muerte que están allí, sino que es en situaciones de muerte cuando la vida afirma su victoria. Jesús triunfa sobre la muerte, pero el resucitado lleva las marcas del crucificado.