El resucitado en medio de la comunidad

Por Juan Pablo Espinosa Arce, teólogo y educador (PUC – UAH), Chile.

La Pascua de Jesús constituye el centro de la fe cristiana y del año litúrgico. Todo se mira desde la Pascua y todo mira a ella. En estos días de la semana que llamamos santa, en donde hacemos memoria celebrativa, espiritual, humana y comprometida de la pasión, muerte y resurrección del Maestro de Nazaret, quisiera compartir con los lectores y lectoras algunas pistas teológicas para profundizar en este misterio de fe. Son muchas las cosas que podrías decir sobre la Resurrección, pero el enfoque que busco trabajar es cómo la presencia del Resucitado posee, ante todo, una dimensión comunitaria.

Si prestamos atención a los relatos evangélicos que narran lo acontecido en la Resurrección, encontraremos que la constante que se repite es que el Viviente se hace encontradizo por la comunidad o habla sobre la comunidad o a la comunidad. Emaús, la comida en el lago o la historia con Tomás tienen como base común el que al Resucitado lo reconocemos y lo experimentamos al interior de la comunidad. A su vez la experiencia del encuentro con el Resucitado supone que la comunidad también experimente su propia resurrección. Con la dinámica vital radicalmente nueva acontecida en el Misterio Pascual los temerosos discípulos pasan a ser valientes anunciadores del Evangelio. De estar con las puertas cerradas por temor transitan a ser Iglesia de puertas abiertas llenas del Espíritu. Con ello podemos reconocer cómo la Resurrección no solo afectó a la persona concreta de Jesús de Nazaret, sino que tuvo impacto vital y eclesial en la comunidad primitiva y, en ellos, nosotros con nuestra participación en su fe originaria.

El biblista mexicano Armando Noguez en su obra “Jesús resucitado según los relatos pascuales” (2022) indica: “con sus relatos pascuales, los evangelistas colaboraron en la construcción de la vida interna de las comunidades. Se ocupan, sobre todo, de las formas que favorecen la convivencia fraterna y, en esta, de configurar un liderazgo comunitario” (p.185). Para Noguez son cinco las manifestaciones o características de este liderazgo comunitario pascual: la presencia activa de las mujeres como descubridoras de la tumba vacía y primeras anunciadoras de lo acontecido; la convivencia fraterna; el discipulado comunitario; la acción misionera y, finalmente, el liderazgo de Pedro y de los discípulos. Con ello la Resurrección provocó una verdadera reorganización dentro de la Iglesia primitiva y, por ello, el acontecimiento pascual significó tanto un momento en la comprensión de Jesús pero también una visión cualificativamente diferente en la comunidad. Ahora es una Iglesia pascual porque el Resucitado se hizo y se hace presente en medio de ella y de nuestras propias comunidades.

La Iglesia pascual, la Iglesia de la mañana del domingo, la Iglesia marcada por la presencia del Crucificado-Resucitado que muestra sus manos heridas, su costado marcado por la pasión debe ser la Iglesia mártir, la comunidad testigo del acontecimiento que hizo que la historia diera un vuelco total. La Resurrección es, ante todo, la irrupción de lo totalmente nuevo, lo totalmente distinto.

En tiempos de actividad sinodal, misionera y de contextos eclesiales marcados por la crisis del abuso pero también de comunidades que buscan la renovación, volver a mirar lo que aconteció pascualmente con las comunidades primitivas nos debe ayudar a discernir cómo el Resucitado se continúa haciendo presente a través del Espíritu en cada una de nuestras iglesias. La Pascua preña la historia humana y la vida de la Iglesia de una vida que nace y que quiere y debe comunicarse a todos los hombres y mujeres. ¡Por ahí se abre la huella!

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