La muerte de Rosalino Flores, joven cusqueño de 22 años que falleció debido a que un policía disparó contra su cuerpo, a una distancia muy corta, treinta y seis perdigones en medio de las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte; la muerte de Katherine Gómez, joven de 18 años que murió a consecuencia de que su expareja, Sergio Tarache, le echara gasolina en el cuerpo y la quemara viva en la plaza Dos de mayo; la muerte de más de sesenta compatriotas en el contexto de la emergencia climática y de sesenta y seis en el contexto de las protestas, son hechos que producen indignación y profundo dolor, hechos que continúan enlutando a nuestro país.
En medio de ese luto y dolor, viviremos la Semana Santa, tiempo en que se nos invita a hacer memoria de la vida y muerte de Jesús y a celebrar su resurrección. Parece una paradoja esta invitación a celebrar la resurrección y afirmar que la vida venció cuando la realidad nos dice todo lo contrario, cuando las muertes de Rosalino y Katherine, la tristeza y preocupación por la pérdida de nuestros familiares, de nuestros bienes porque pasó un huaico y arrasó con todo lo que teníamos, expresan todo lo contrario, ¿cómo vivir la Semana Santa y celebrar que Jesús resucitó en medio de estas pérdidas, sufrimiento y preocupaciones, incluso frente a lo que todavía nos espera con las intensas lluvias, producto del calentamiento del mar?
Afirmar que la vida vence y celebrar la resurrección no implica omitir la realidad de la cruz y olvidar la muerte y sufrimiento que trajo consigo a Jesús y a sus seguidores. Jesús murió, así como Katherine, Rosalino y tantos otros peruanos y peruanas, de manera violenta, prematura e injusta, a manos del poder del Imperio romano y la sinrazón, pero es Dios mismo quien le hace justicia y lo reivindica resucitándolo.
Por eso, dar testimonio de su resurrección, celebrar que la vida vence, no quiere decir que pasemos la página, que nos olvidemos de la realidad y de la muerte de nuestros hermanos y hermanas; más aún, implica hacer memoria de ellos, ir a las causas y encontrar a los responsables para hacerles justicia; es algo que el gobierno y la sociedad entera les debemos, a ellos y a sus familiares, es algo que nos debemos a nosotros mismos como comunidad. A eso nos invita la Semana Santa en este tiempo y a eso nos convoca creer en la resurrección.
Por ello, acciones como el cierre del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión social, aunque es temporal, debieran preocuparnos, pues un espacio público como este es de vital importancia para preservar la memoria histórica de un periodo tan doloroso como lo fue el conflicto armado interno, para reflexionar, dialogar, entresacar aprendizajes y evitar que hechos como este vuelvan a suceder.
Hace algunos años, el papa Francisco, en su visita al Perú, nos pedía que no nos dejemos robar la esperanza. No lo permitamos. Hemos de reconocer que, en este tiempo de angustia y desolación, también ha habido gestos y acciones de solidaridad ante los afectados por los huaicos y las víctimas de la represión y la violencia, lo que nos recuerda que, en medio de la crisis sociopolítica, la emergencia climática y la crisis global, somos capaces de unir fuerzas y trabajar para hacer de nuestro país uno verdaderamente justo y fraterno, de todos y no solo de unos pocos; un Perú que afirme la vida y camine hacia la Pascua. Este trabajo conjunto pasa por no olvidar y buscar justicia para nuestros compatriotas, pasa por pensar estrategias y exigir a nuestras autoridades que tomen medidas precautorias frente a los desastres producto de la falta de prevención y la corrupción.
Que en este tiempo, seamos testigos de resurrección y construyamos motivos de esperanza en medio de la incertidumbre y el dolor.