Cuando el Papa Francisco visitó nuestro país en 2018, se quedó impactado por la gran cantidad de santos que había en nuestra historia. Por eso habló de que los peruanos éramos unos “enSantados”, aludiendo a Martín de Porres, Toribio de Mogrovejo, y a tantos testimonios de santidad que pueblan nuestra historia.
En el Perú, en el siglo XX, hemos tenido recientes testimonios de beatos y santos como nuestra queri da Aguchita (de las religiosas del Buen Pastor) asesinada en La Florida por Sendero Luminoso y beatifcada el 2022. Poco antes fueron beatificados el sacerdote italiano Sandro Dordi, asesinado en su parroquia del Santa, y los padres Franciscanos conventuales: Michael Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, de Cracovia, Polonia, asesinados por Sendero Luminoso el 9 de agosto del 1991 en Pariacoto mientras cumplían su labor evangelizadora.
Pues bien, Rosa de Lima, que vivió en el siglo XVI, y cuya fiesta celebramos el 30 de agosto, fue la primera santa de América. Su nombre original era Isabel Flores de Oliva. Se dedicó a leer y reflexionar textos sobre la fe y a cuidar a los enfermos que acudían a ella. Murió de tuberculosis, una enfermedad muy frecuente en su época. Fue canonizada por el papa Clemente X a mediados del siglo XVII, quien enseguida la proclamó excelsa patrona de Lima, del Perú, del llamado entonces “Nuevo” Mundo y las Filipinas. Además, es patrona de la Universidad Católica de Venezuela, de la Policía Nacional del Perú y de la de Paraguay y de las Fuerzas Armadas de la Argentina.
Cuando hablamos de una santa, o un santo, siempre tendemos a considerar primero las cosas “extraordinarias” que hicieron, lo que llamamos “milagros”. Pero lo que hace santos a los hombres y mujeres que la Iglesia y la sociedad reconocen como tales tiene que ver más con la forma extraordinaria en que viven su vida ordinaria y cotidiana. Eso habla más de su cercanía a Dios que los “milagros”.
Evocar la vida de Isabel Flores de Oliva nos lleva a preguntarnos, ¿qué podemos aprender de su vida para el Perú actual? Y quizás lo primero sea su condición de peruana más que de limeña, como enfatizamos al recordarla. Por eso es significativo su título de “patrona del Perú”, de ese país de todas las sangres, que muchos peruanos se empeñan en considerar su “propiedad privada”.
Lo que estamos viviendo en los últimos meses es una tensión muy fuerte entre Lima, como “centro y cabeza” y los peruanos de Puno, Cusco, Ayacucho… En síntesis: la Amazonía y los Andes contra el poder central expresado en la presidenta Dina Boluarte y los miembros del Congreso. Los peruanos andinos y amazónicos no quieren seguir siendo marginados y despreciados en sus aspiraciones de dignidad, desarrollo y respeto a sus derechos como ciudadanos peruanos.
Vivimos en esta encrucijada desde los primeros meses del 2023, y parece que este enfrentamiento con un saldo demasiado grande de muertos civiles inocentes no tiene cuándo terminar. La violencia se está apoderando del país porque los que tienen el poder se olvidan de que los reclamos y las protestas son parte importante en una democracia inclusiva e igualitaria que busca lograr para todos mejores condiciones de vida.
A esto dedicó su vida Santa Rosa, a expresar cada día en su atención a los pobres y humildes que todos los peruanos tienen derecho a vivir una vida más digna, en la que sus derechos sean siempre respetados y reconocidos por todos los peruanos.
Reconocer esta igualdad básica fundamental y rechazar y luchar contra la discriminación y el racismo es a lo que nos llama hoy nuestra devoción a la primera santa peruana, mal llamada Rosa de Lima.