Francisco dejó huella

EDITORIAL

 

La visita del papa Francisco al Perú fue bastante corta pero dejó profundas huellas. Cada discurso de Francisco ha contenido palabras que reflejan la realidad difícil que vivimos, pero siempre acompañadas de una mirada esperanzadora y de invitación a la acción.

Al encuentro de las comunidades indígenas

Sin duda, toda la visita de Francisco se ha caracterizado por tener signos de cercanía con la gente que lo esperaba. Donde mejor se vio esto fue en Puerto Maldonado, ahí acudió al encuentro de comunidades indígenas de la Panamazonía que fueron a saludar su presencia, contarle la situación de precariedad en la que viven y pedirle que ore por ellas. Durante todo el encuentro se pudo percibir una gran sencillez que emocionaba. Mons. David Martínez le dijo al Papa Francisco: “usted ha venido a escuchar el grito de la tierra y el grito de los pobres. Ellos son sus mejores interlocutores” y así fue.

A pesar de la formalidad y los protocolos establecidos por ser Francisco representante de un Estado,  no tuvo reparos en recibir cada gesto y cada palabra de los hermanos indígenas con una gran emoción y apertura genuina que todos pudimos percibir. Este hecho ha sido sumamente significativo, Francisco ha ido al encuentro de los pueblos más vulnerables, poniendo a la luz su sabiduría, llamando al diálogo y reconociendo sus demandas, algo que no hemos visto casi nunca, ni siquiera de parte de nuestras autoridades. “Hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonía como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes”. Fue importante también visibilizar el trabajo de la Iglesia que está presente en la Amazonía desde hace muchos años, acompañando a las comunidades. La invitó a iniciar la organización
del Sínodo Panamazónico que tendrá lugar en Roma el 2019.

Sobre la vida cotidiana y los signos de esperanza

Han causado sorpresa para muchos las palabras de Francisco sobre los problemas de la vida cotidiana. Demostró estar muy enterado de la situación de crisis por la que estamos pasando: el flagelo de la trata de personas, la corrupción, el sicariato, las consecuencias de la minería ilegal, el derecho al
territorio y la pobreza que ha traído el fenómeno del Niño costero, fueron algunos de los temas que mencionó en sus discursos de una manera muy clara, denunciando incluso las consecuencias del modelo de desarrollo caduco que degrada la vida humana.

Aunque Francisco reconoce que nos encontramos en medio de estos problemas, sus discursos nunca fueron desesperanzadores, siempre nos dejó claro que es posible revertir esta situación, explicando que no son fatalidades de la vida, sino problemas superables y que las acciones deben ir en esa dirección.

¿Qué nos toca hacer a nosotros?

Hay tres pistas importantes que Francisco nos ha dejado. Por un lado, ha repetido en muchas oportunidades la urgencia de relacionar la fe y la vida, de no ser una Iglesia encerrada sino abierta, que sea sensible y actúe frente a nuestros pueblos. Lo ha hecho con la palabra y con el ejemplo. Por otro lado, ha llamado la atención a las autoridades que se han visto inmersas en problemas como la corrupción, denunciando el impacto que este delito trae para el país y sobre todo para los pueblos más vulnerables. Con esto queda claro que no es posible tener una actitud pasiva o de indiferencia frente a estos delitos, es necesario exigir sanción.

Finalmente, Francisco nos ha venido a decir a todos y todas que somos actores importantes de los cambios sociales que se necesitan. Esto es un llamado a dejar la pasividad, a que nos organicemos, a que nos enteremos de lo que ocurre, a ir al encuentro del otro y que por ende cumplamos un papel más relevante como ciudadanos y cristianos. Todas estas situaciones pueden revertirse. Por eso, tomemos el mensaje evangelizador de Francisco como una invitación para construir un país mejor, es lo que nos toca hacer a nosotros.

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