Compartimos la entrevista realizada al P. Luis Zambrano*, párroco de la parroquia Pueblo de Dios, donde expresa su opinión con respecto a los hechos sucedido en Juliaca el 9 de enero y donde perdieron la vida 19 personas.
¿Cómo entender la situación que hoy se vive en Puno?
En las culturas quechua y aymara el cumplimiento de la palabra dada tiene una importancia capital, aunque no se haya firmado la promesa. El año pasado en un mitin, precisamente aquí en Juliaca, Dina Boluarte junto a Pedro Castillo dijo casi gritando: «Si vacan al profesor Castillo, yo me iré con él». Cuando llegó el momento ella no cumplió su palabra. Boluarte perdió credibilidad ante la población desde el inicio de su gobierno. Más todavía, cuando ella, que se proclamaba de izquierda, se juntó a las fuerzas de ultraderecha, que semanas antes la terruqueaban. La desilusión fue total. Ahí empezaron las protestas y el calificativo de traidora. Y el pedido cada vez más creciente de que deje la presidencia. Ya encaramada en el poder, se dejó absorber por personajes como Luis Otárola, quien siendo ministro de defensa fue uno de los responsables de las primeras muertes en Andahuaylas y Ayacucho. Boluarte, en vez de apartarlo del poder lo premió nombrándolo premier. Con esto la presidenta perdió toda legitimidad. Su respuesta frente a las marchas de la población juliaqueña fue más cruel. El día más violento, lunes 9 de enero, lo que ocurrió fue una masacre: los policías no cumplieron su reglamento que obliga en casos extremos permite disparar los perdigones a 35 metros. Lo hicieron a pocos metros. El primer asesinado, Gabriel Omar López Amanqui (35), que estaba vendiendo refrescos, murió por el sinnúmero de perdigones que recibió en su espalda, dada la cercanía del ataque. Muchos fueron baleados, contra el reglamento, de la cintura para arriba, la mayoría jóvenes y adolescentes. Había helicópteros que volaban sobre la población lanzando bombas lacrimógenas y perdigones. Nunca habíamos visto esta manera masiva de agresión. También fue notorio observar que alrededor del aeropuerto hubo una lucha campal entre la policía y grupos de personas armadas de piedras y bombardas. Hubo policías que detuvieron a algunos heridos y con amenazas hicieron que se auto inculparan como vándalos para poder soltarlos.
Un caso escandaloso fue el asesinato del médico interno Marco Antonio Samillán Sanga (31), quien cuando estaba en cuclillas atendiendo a un herido fue baleado por la espalda, lo que produjo su muerte. Fueron 80 los civiles heridos y otro tanto en las filas de la policía. Otro caso terrible fue el asalto a dos policías en la misma noche del lunes 9 por una turba en el barrio Tambopata cuando circulaban en una camioneta de la institución. Uno pudo salvarse, pero José Luis Soncco Quispe (29) fue calcinado junto a la camioneta. En total murieron 19 personas. Hubo policías que detuvieron a algunos heridos y con amenazas hicieron que se auto inculparan como vándalos para poder soltarlos. Ante esos graves resultados, los minutos de silencio pedidos en el congreso, el dudoso pedido de perdón de la mandataria y el planteamiento de diálogo por parte de sus ministros, suena a burla y a provocación para la población agredida.
Hablan de paz y continúan con la represión y hacen cacería de dirigentes en las regiones. Echan toda la culpa a los manifestantes. No reconocen su responsabilidad política como gobierno. Hablan con desprecio de los puneños como gente que no piensa, que se deja manipular por azuzadores de Puno y de Bolivia, que está llena de senderistas, que los que reclaman son apenas «un grupúsculo de violentistas». Por eso la población puneña ha perdido la confianza en los gobernantes y continúa con su paro indefinido. Y desde el 17 de enero lo hace en Lima. Han realizado grandes colectas para este propósito. Y están recibiendo diversos apoyos como el de los alumnos de la Universidad de San Marcos. Desde distintos lugares del país siguen llegando miles de pobladores a Lima en lo que han llamado la Segunda marcha de los 4 suyos, recordando la que se hizo en el 2000 contra el gobierno del dictador Fujimori.
¿Qué nos dice a la fe estos terribles hechos?
Entre muchas nos dice dos cosas: Primero, que todos los ciudadanos, especialmente las autoridades, sepamos leer los signos de los tiempos, como nos lo indicó Jesús (Lucas 12, 54- 57). Los continuos reclamos y marchas de buena parte de la población nos están indicando que algo está mal en nuestro país, de lo cual todos somos responsables. Saber leer los signos de los tiempos es prestar oídos a la voz del pueblo, es captar sus clamores, es solidarizarse con sus aspiraciones. Es un no a la indiferencia frente a las injusticias y frente a los reclamos.
En segundo lugar, si somos creyentes actuar desde nuestra fe. Como hombres y mujeres de fe tenemos un motivo poderoso para luchar por todas las causas nobles, en una palabra, luchar por la vida. El Dios de Jesús es el Dios de la vida.
La muestra histórica del actuar de Dios está en el Éxodo (cfr. 3). Ante el perenne atentado contra la vida del pueblo judío por parte del faraón, Dios se pone de lado de los esclavos no para consolarlos, sino para hacer posible su LIBERACION con su dirigente Moisés. Y en ese acto político de su liberación lo hace su pueblo, religiosamente hablando, porque el ser humano es un todo. Y Dios entonces aparece como un Dios del cambio, del cambio social, no del statu quo. Un Dios de hombres y mujeres libres, que se solidariza con los esclavizados y oprimidos para que alcancen su libertad. Opta por ellos. Dios no es neutral. Dios es un Dios político.
¿Cuál es la respuesta frente a ello como cristianos y ciudadanos?
Algo fundamental es ejercer el profetismo personal y comunitario, que nos viene desde el bautismo en el que cada bautizado es consagrado como sacerdote/sacerdotisa, profeta/ profetisa y rey/ reina, que son ministerios del mismo Jesús. Profetizar ahora es denunciar la masacre en diversos lugares del país, avalada por el actual gobierno. Profetizar es anunciar al Dios de la vida, que en medio de la muerte y del desconcierto nos anima a cuidar y a disfrutar la vida nuestra y la de todos, especialmente la de los pobres. El profetismo en la Iglesia no es una opción, sino una obligación evangélica. Y es lo que más está fallando en ella, por miedo a los riesgos y persecuciones por los que pasó el mismo Jesús.
¿Qué posibles salidas deberían darse?
Contradictoriamente el gobierno después de una represión sucesiva y descontrolada contra muchos pueblos plantea, ruega y exige un diálogo nacional, pero mantiene su legislación restrictiva de las libertades ciudadanas. Es como dar un beso, pero con un chicote en la mano. Pide perdón y luego ningunea a los que reclaman y los amenaza. Incluso convoca a distintas personalidades, también de la Iglesia, a intermediar en ese diálogo.
Siento que es un intento fallido, pues todo ya está consumado. Boluarte está cooptada por la ultraderecha política, lo cual la imposibilita para cualquier cambio significativo, que es lo que pide la población. El polítólogo Alberto Vergara ha afirmado últimamente lo siguiente: «Que quede claro que una presidenta responsable de tantas muertes no puede quedar impune.» Otras distinguidas personalidades piensan lo mismo. Coincido con ellas de que la salida urgente es que ella renuncie a la presidencia y haga algo para que el congreso también se autodisuelva y para que se realicen las elecciones generales el 2023. Se trata de aconsejarla para que tenga ese gesto de desprendimiento, ese quiebre necesario, pensando en el futuro del Perú. Como dice Vergara, esta no será toda la solución, pero sí un primer paso que calmará un tanto la actual convulsión social. El tiempo de las palabras ya pasó. Ahora solo un gesto puede aliviar la extrema situación.
Y en lo que corresponde a nosotros, nos toca seguir anunciando en todos los fueros que la política no es mala y que debemos ejercerla, que es derecho y deber de toda la población. Como reafirmó el Papa Francisco: «La política, tan denigrada, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» (Evangelii gaudium 205). Es interesante comprobar que ahora los manifestantes no piden reivindicaciones económicas, para desilusión de los gobernantes, sino exigen reivindicaciones políticas. Aparece aquí un salto cualitativo: queremos ser sujetos de nuestro destino, como nos lo recordaba tantas veces el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez. El título de su segundo libro «La fuerza histórica de los pobres», condensa magistralmente lo que estamos viviendo los peruanos en este último tiempo.
También nos corresponde mostrarnos solidarios/as a través de pequeños gestos, con mucha imaginación y creatividad para curar las graves heridas, para aliviar sicológicamente el schock traumático sufrido, para calmar el hambre, para defender a los dirigentes perseguidos y seguir apoyando los justos reclamos. Sigamos sin desanimarnos. Y, como dijo el Papa Francisco, no nos dejemos robar la esperanza.
*Luis Zambrano, sacerdote diocesano y párroco de la parroquia Pueblo de Dios en Juliaca, diócesis de Puno. Fue en el perímetro de dicha parroquia en que sucedieron gran parte de esos luctuosos incidentes del día 9 de enero, donde perdieron la vida 19 personas. Como sacerdote encarnado en la comunidad, ha brindado acompañamiento y cercanía las víctimas, y como él mismo lo señala: “Ahora el desafío más grande es cómo apoyar a los heridos, varios de ellos tienen mucho miedo de que los apresen y es difícil comunicarse con ellos. También se da el problema de cómo ayudarlos para la alimentación, pues muchos padres de familia heridos ya no pueden llevar el pan diario a su hogar. Son trabajadores manuales: campesinos, albañiles, cargadores…”
Foto de portada: Pachamama radio