Por Jeshira Castro, docente del Departamento de Teología de la PUCP
En Navidad, Dios se ha hecho niño, pobre, frágil, cercano. Celebrar la Navidad es recordar que Dios camina con su pueblo, es disfrutar de su cercanía, agradecer por su presencia y creer que su encarnación es la manera de demostrarnos su profundo e ilimitado amor.
En este contexto de polarización, división, temor e incluso desesperanza que se respira en el Perú, celebrar la navidad significa mantener viva la esperanza de un Dios que acompaña a su pueblo a pesar de todo. Esa confianza en Dios Salvador se abre paso en el corazón de cada ser humano al mirar el pesebre y al recordar la voz del ángel que anuncia a los pastores: “No teman, les anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo, les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor. Esto servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12)
Dos llamadas de atención en el texto bíblico que invitan a la reflexión. La primera es la exhortación del ángel a no temer, acompañada del anuncio de la alegría para todas las naciones. El nacimiento del Salvador es razón de alegría para todos, la salvación es un ofrecimiento gratuito de Dios, no pone ninguna condición para ella.
Ese amor gratuito de Dios es su entrega generosa para que seamos felices, vivamos en plenitud y sin temor, dejan de lado la desesperanza, o como dice el Papa Francisco, sin dejarnos robar la esperanza. En el amor no hay temor, reza la 1 Juan (4,18), en este país donde reina la incertidumbre, el llamado del ángel a los pastores es la certeza de que algo bueno puede nacer si confiamos en Dios Amor.
Una segunda reflexión del texto es el reconocimiento de la vulnerabilidad del Salvador ¿Dónde encontraremos nuestra alegría y esperanza? La señal de reconocimiento es el niño envuelto en pañales en el pesebre, es decir reconocemos el amor en la indefensión, allí donde hay pobreza, insignificancia, sufrimiento, allí está Dios esperando, la esperanza contra toda desesperanza.
El niño en pañales recuerda la vulnerabilidad humana, nuestra condición de ser afectados, de poder ser heridos, pero sobre todo de ser verdaderamente amados, ahí radica nuestra gran alegría. Esa comprensión de nuestro Dios vulnerable es un llamado al ser humano a mirarse a sí mismo, y especialmente es un llamado al compromiso con los más vulnerables, con los más débiles. La vulnerabilidad como condición de ser heridos y como realidad de ser amados gratuitamente por Dios es también una exigencia de justicia y responsabilidad para con nuestros/as hermanos/as más indefensos, es la alegría del anuncio del evangelio.
Celebrar la Navidad es la oportunidad de todos los cristianos para comprender su verdadera identidad; ser hijos e hijas amadas por Dios, que a pesar de ser vulnerables tienen la misión de dejarse afectar por los otros para vivir libremente en el amor de Dios y practicar la justicia y solidaridad con los últimos de la historia.