EDITORIAL
La noticia de la llegada del Papa Francisco a nuestro país nos ha llenado de muchas expectativas y grandes esperanzas. Su visita al Perú se siente oportuna en medio de este contexto político complejo que causa mucha desconfianza en la gente. Los casos de corrupción, conflictos sociales, violencia, etc, han sido golpes muy fuertes para el país.
El Papa Francisco es un hombre de grandes gestos
El Santo Padre, incluso antes de arribar al país, ya nos dio una lección: la urgente necesidad de poner en el centro a los más pobres. En ese sentido, sabemos bien que no es casualidad que haya programado acudir a dos de las zonas más golpeadas de nuestro país para devolvernos la fe y enseñarnos a no perder de vista el lugar donde debe estar la mirada de la Iglesia, en las periferias. Por un lado, sabemos de la grave situación que afronta Puerto Maldonado por los muchos casos de trata de personas que cobran vidas diariamente y las difíciles e inciertas condiciones que enfrentan los pueblos indígenas que ocupan esos territorios. Y, en el caso del norte del país, acudirá a aquellos que han quedado en mayor pobreza a causa del devastador Niño Costero.
Francisco enseña con su palabra y también con sus acciones. Según el evangelio, los últimos en la sociedad deben ser considerados como los primeros por el cristiano, y en esa perspectiva está también la mirada de la teología de la liberación. Entonces, en esta visita corta del Papa, la preferencia por estas dos zonas suena bastante coherente con lo que nos enseñó Jesús, pues el amor de Dios es ofrecido a todos pero esa universalidad del amor de Dios va de la mano con la preferencia, atiende de manera más urgente a aquellos que la pasan peor en una sociedad.
El recibimiento de Francisco
La Iglesia en Puerto Maldonado, Lima y Trujillo ya está trabajando para recibir a Francisco; sin embargo, es importante que todos los peruanos nos preparemos pues su visita nos incluye a todos y todas, pues la visita es al Perú.
A solo tres meses de su arribo, la Iglesia de los pobres debería despertar y fortalecerse para que pueda compartir y hacer visibles al resto de la sociedad todas las experiencias valiosas con las que trabajamos. Los agentes pastorales y laicos, por ejemplo, son grandes testigos de situaciones adversas pues acompañan a nuestras comunidades peruanas que profesan la fe cristiana pero sufren condiciones que muchas veces parecen contrarias al amor. Ellos, aunque no salgan en los titulares de los medios de comunicación, representan una gran manifestación de desprendimiento, amor y trabajo por los que más necesitan.
Durante su visita al hermano país de Colombia, Francisco dejó clara su preocupación por las situaciones de injusticia de ese pueblo: “Hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos”.
Su mensaje en el Perú no será muy diferente pues existe una pobreza real que compartimos en la región, las duras condiciones de vivienda, alimentación, salud, etc. La pobreza multidimensional, que no es exclusiva del Perú, es una realidad de muerte que salta a la vista de todos. Aunque Francisco es consciente de esto, es importante entonces que estemos preparados para mostrarnos tal como somos y estamos, con nuestras luchas constantes, con nuestros sueños y esperanzas. En esa perspectiva, la llegada del Papa Francisco debe ser una ocasión de celebración y alegría, pero también de compromiso, exigencia y renovación. Es una oportunidad para mostrarle nuestra Iglesia de los pobres en acción. Una Iglesia que camina, que hace lío y que trabaja en las periferias.