En Perú, hemos vivido muchas crisis, unas más hondas y duraderas que otras. La actual acumula asuntos no resueltos en nuestra historia, lo que nos lleva a identificarla como una crisis multidimensional. Eso no solo hace más complejo el análisis, sino las soluciones, provocando un sentimiento de impotencia; pero las soluciones, sabemos, son indispensables y una cuestión de sobrevivencia colectiva. Arrastramos por siglos, condiciones de desigualdad y discriminación que afectan más a unos peruanos que a otros; entre ellos están nuestros compatriotas que comparten territorios en el sur andino, que habitan con sus propias culturas, razas, lenguas y modos de vida. Con ocasión de la salida del presidente Castillo, las poblaciones rurales de esas regiones levantaron su voz, movilizándose en las ciudades, demostrando un hartazgo acumulado de vivir discriminados social y racialmente y sin oportunidades de cambio. Así, les ha fallado la economía y la política, esto es, la producción y el mercado, así como el Estado y sus instituciones, con lo cual hemos fallado como sistema democrático.
En estos días, somos testigos de muchas movilizaciones en las regiones y en Lima, donde, sobre todo, los jóvenes expresan su solidaridad con las poblaciones del sur andino, rechazando las muertes ocurridas en las protestas por acción de las fuerzas del orden y demandan la salida de la presidenta Boluarte. Un dato común de las movilizaciones actuales es que se ha instalado la violencia, ejercida por las fuerzas del orden y también por los ciudadanos, quedando muchas veces eso como el dato principal en la escena mediática. Rechazamos los actos de violencia contra las personas, sean civiles o uniformados; también rechazamos la destrucción de instalaciones públicas y privadas y el uso de la fuerza aplicado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Los bloqueos de carreteras no pueden llegar al extremo, como ha ocurrido, de impedir la circulación de ambulancias causando muertes o poniendo en riesgo el abastecimiento de los pueblos. ¿Cómo vamos a reparar todo eso?, ¿cómo lidiamos con la violencia instalada entre nosotros? Comprendemos la necesidad de llamar la atención a la autoridad, especialmente cuando no hace caso. Pero si apostamos por la vida al defender causas justas, no podemos usar medios violentos que ocasionan muerte y destrucción.
Constatamos que tenemos una gran dificultad para conversar y entendernos mínimamente. Seguimos en los insultos y las acusaciones y no dialogamos con quien no piensa igual. La desconfianza frente al que no es como uno, representa motivo de distancia, dificultando la convivencia democrática que exigimos. Ciertamente, al estar en crisis se profundizan las diferencias de todo tipo entre ciudadanos, y eso no ayuda a buscar soluciones, menos a consensuarlas. La indiferencia de quienes no quieren siquiera decir su palabra, también es un lastre que cargamos. Para abrir caminos necesitamos convencernos de dejar la fragmentación y buscar generar consensos en la sociedad y en la política. Así, mientras los actores políticos y líderes sociales no se convenzan de que una democracia no es sostenible con muertos o con los actuales niveles de desigualdad y discriminación, no hay modo de avanzar. Y tampoco sin propuestas que obliguen a la limpieza de la corrupción y al fortalecimiento del Estado y sus instituciones, especialmente de sus servicios públicos, que, de cara a la gente, deben erradicar sus acostumbrados maltratos. Pero es condición indispensable dejar la violencia y la polarización de lado y atrevernos a consensuar. Si no, ¿cómo salimos de la crisis?, ¿de dónde van a salir las medidas concretas?
Una vez más está a prueba nuestra existencia como país y nuestro futuro como sociedad: ¿democrática? Nos toca utilizar la razón y la empatía para dilucidar cada una de las dimensiones de la crisis e identificar cómo afectan la convivencia. Pero a la par, debemos dejar la parálisis y actuar en lo pequeño y grande. Ahora no tenemos recetas, y si las tuvimos, hoy no nos sirven; admitámoslo, como sociedad también estamos muy débiles. La fe en que en manos de las personas está el cambio, es lo único que nos sostiene y no la podemos perder.