TEMA DEL MES
Por Rosa Alayza, politóloga y profesora del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP.
En pocos meses hemos pasado de una crisis a otra, la primera fue de gobierno, es decir, la de PPK, que negoció el indulto a Fujimori para no ser vacado. Y ahora la del poder judicial donde los audios nos vienen mostrando a encumbrados magistrados que trafican influencias, venden sentencias y negocian con representantes del poder político, todo esto “normal no más”. Ambas crisis nos hablan de la fragilidad del sistema político peruano actual. Es decir, de como las instituciones se corrompieron y ya no responden a su razón de ser, esto es, gobernar enfocado en todos los peruanos o igualmente hacer llegar a todos la justicia.
La corrupción no es otra cosa que torcer los fines colectivos hacia privados o de grupos. Una vez que las instituciones siguen esa lógica corrupta, el sistema de gobierno o justicia o electoral (caso ONPE) termina siendo impredecible, es decir, no hay garantías de un juego limpio en ningún campo. Y por tanto no nos da confianza. Bajo esas condiciones no se puede promover el desarrollo humano de las personas y la sociedad.
Así parece que el sistema político peruano está haciendo agua por donde se lo mire. Pero ciertamente hay que decir que en todas las instituciones hay un sector de funcionarios que no siguen la lógica antes mencionada, sino al contrario, tratan de cumplir su función con entereza. No sabemos al momento cuál es la proporción de profesionales y trabajadores éticos en los organismos mencionados; pero cierto es que necesitamos contar con ellos para transformar estas instituciones. Además están los estudiosos o los que tienen una experiencia anterior desde donde pueden aportar con soluciones. Sí se pueden reformar las instituciones, siempre y cuando haya propuestas viables y voluntad de equipos que se muevan por ello.
Respuesta ante la crisis
A pesar de la contundencia de los hechos, no caigamos en la tentación tan frecuente en estos días que se expresa en frases como: “que se vayan todos” o “nuestra historia es corrupta, no hay nada que hacer” o al contrario, los que dicen que tras los audios, hay manipulación y/o mala intención; o sea que el problema son los audios no sus actores y contenidos. Lo complicado del momento actual consiste en lograr formarse un punto de vista bajo un ojo crítico, pero no por eso, escéptico. El ojo crítico analiza los hechos y diagnostica dónde están los problemas, y eso representa parte del camino en la búsqueda de soluciones. Pero las soluciones no tienen que ver solamente con el conocimiento de las instituciones o de la realidad, sino con la fe humana en que las cosas sí pueden cambiar. Tener fe no implica asumir una actitud ingenua. Esa fe se alimenta de nombres y apellidos, del conocimiento de otras experiencias; quiero decir, no es una abstracción de la realidad. Al contrario, va de la mano con el conocimiento de la realidad y la formulación de propuestas.
Por otro lado, sacar a todos los gobernantes, además de llevarnos probablemente a cometer injusticias, también llevaría al país al caos. ¿Quién gobernaría? Y ¿cómo o bajo qué reglas? En un momento de crisis sepamos separar la paja del trigo, sabiendo que no todos los funcionarios o representantes son de nuestro entero gusto, pero cumplen una función importante. Un maximalismo a ultranza sólo acaba por vaciar al sistema de potenciales cuadros. Pero claro, encontramos que hay fuerzas en el Estado, en la política y sociedad que no ayudan a salir de la crisis y tampoco a construir una sociedad bajo reglas de equidad. Frente a eso tendremos que generar otra corriente uniendo a fuerzas alternativas diversas que en las sociedades locales forman personas ciudadanas con valores que apuntan al bien común y por ese camino, buscan superar este individualismo emprendedor que está en el sistema político y en la sociedad y que utiliza todo en su favor sin importar cuánto se dañan las instituciones.

Lo institucional de la crisis actual
En la crisis del sistema político se encierra una dimensión institucional y otra personal. La primera debería llevarnos a analizar los mecanismos que facilitan y motivan la corrupción y al contrario, a proponer alternativas de funcionamiento para instalar una lógica meritocrática, no de compadritos, ni de compra y venta. Donde las instituciones sean transparentes en sus procedimientos cotidianos, de tal manera que sean conocidos por la gente; que las instituciones todas, incluso de justicia, se vuelvan cercanas a los ciudadanos. Ello implica empezar por dejar atrás ese formalismo burocrático tan propio del Estado peruano que cuando más complicado el trámite y más encumbrado el funcionario, se cree que es mejor. Es así porque eso les permite mantener distancia de la gente, sin que nadie sepa si está bien o mal su comportamiento. Pero ciudadanos sin información y lejanos del sistema política son los más convenientes para la acción corrupta.
La transparencia de los audios nos ha chocado al dejarnos ver cómo sectores provincianos emergentes del país, al ocupar esos puestos de jueces supremos o magistrados o congresistas etc., mostraron un doble comportamiento. Por un lado, mantienen públicamente el burocratismo y formalismo en los trámites y una falta de transparencia en su trabajo, y por otro lado, en lo privado utilizan el compadrazgo y la reciprocidad entre ellos, así como la venta de favores a círculos interesados del poder económico, político y delincuencial.
Dimensión personal
La segunda dimensión es la personal y nos remite a buscar a aquellos que aún tienen vocación e interés público a pesar de las malas instituciones. Estos sectores están esquinados o marginados en las instituciones porque seguramente no hacen parte de estos círculos con poder que han salido a relucir. Lo que somos a nivel personal se forma a lo largo de la vida, aquilatamos experiencias y valores preciados. Cuando escuchamos hablar de la corrupción en el sistema político, no podemos dejar de pensar que las personas vienen de la sociedad y en sus organizaciones e instituciones deberían cultivar la ética, entendida como construcción en común. No pensemos equivocadamente que nada tenemos que ver con la corrupción o que ellos están manchados y nosotros somos puros. Probablemente no tengamos intervención directa en el sistema político, pero sí la tenemos desde la sociedad. Por eso somos parte del problema y de la solución. Como ciudadanos necesitamos estar bien informados e invertir tiempo cotidiano en conseguir buena información. Esta es una condición para que no nos engañen. A la par, si queremos contribuir a superar la corrupción, velemos por la transparencia y democracia de nuestras organizaciones, así como por la ética de nuestro comportamiento.
Rendirnos ante las evidencias, quedarnos pasivos o justificar lo que vemos, sólo nos declara rendidos ante la crisis. Busquemos generar experiencias positivas en diferentes esferas de la vida social y personal que por la fuerza de los hechos nos devuelvan la fe en el género humano del que somos parte. Todo esto es posible en medio de la crisis.
Para reflexionar:
¿Alimentamos nuestro ojo crítico con información confiable?
¿De qué manera articular fuerzas para salir de esta crisis?