Hace 20 siglos, Dios decidió que los seres humamos éramos un grupo que valía la pena salvar del pecado y envió a su hijo, un recién nacido, para invitarnos a cambiar la lógica de este mundo y ponerlo del revés.
Hoy, en un país religioso, a pocas semanas de celebrar la Navidad, nuestro Perú vive una crisis de confianza. El comentario usual es que ya no es posible fiarse de nadie porque cada uno busca solo su interés al precio que sea. Incluso hay quienes han hecho de la desconfianza una virtud. Dicen que para sobrevivir es necesario ser desconfiado. Por eso el principal enemigo de la Navidad es el escepticismo.
Desconfiamos de cualquiera que diga que actúa en favor de otros. Creemos que ya no queda gente capaz de pensar en el bien común y en la solidaridad, que todos son corruptos y que no es posible hacer nada para cambiar la situación. Eso es lo peor. Confiar en alguien, incluso en los más cercanos es ser un ingenuo, se afirma. Literalmente, no ponemos las manos en el fuego por nadie, y eso es muy grave, pues no es posible pensar en un proyecto común de país si éste no está cimentado en la mutua confianza. Una de las consecuencias más graves del abuso del poder y de la corrupción, es que nos han matado la esperanza. El primer enemigo al que tenemos que enfrentarnos “los honestos” es el escepticismo.
El segundo enemigo, no el menor, es la quiebra de valores, el problema ético. El convertir la búsqueda de dinero y de poder en el referente absoluto, a cualquier precio. Si bien la responsabilidad más grande recae en quienes hicieron de ello un sistema para mantenerse en el poder, no podemos afirmar que ese menosprecio de la ética no haya calado en el tejido de nuestra sociedad y en muchos peruanos y peruanas de todas las clases sociales.
La línea divisoria entre lo malo y lo bueno, lo justo y lo injusto es a veces muy difusa. Solo una reflexión sincera y ponderada nos permite ver qué es lo correcto en cada circunstancia para poner a este mundo nuestro del revés. Lo importante siempre es tener bien claro en cada una de nuestras decisiones que el valor absoluto es la persona del otro y el bien de la sociedad en su conjunto.
En este contexto, celebrar sinceramente Navidad 2022 pasa por cambiar de actitud, confiar en nosotros mismos como peruanos y peruanas y creer que es posible forjar una convivencia social distinta entre nosotros, más democrática, más solidaria, más justa, y basada en la verdad.
Tomemos en nuestras manos con cariño y esperanza, pero con lucidez y coraje, el futuro de nuestro país. Es la responsabilidad que nos toca a cada uno de los ciudadanos y ciudadanas para lograr combatir la situación de pobreza inhumana en la que viven millones de peruanos, para contribuir al fortalecimiento de las instituciones, para vigilar la trasparencia y la limpieza en el manejo de los asuntos públicos y para intentar una convivencia social distinta cimentada en el respeto, la equidad, la ética y la mutua confianza entre peruanos.